Saturday, March 04, 2006

Aunque predominan las imágenes de Doña Marina como una mujer con el cabello suelto, en una imagen pictórica que se encuentra en la iglesia de San Antonio Ahuahuaztepec, justo en Tlaxcala, se le puede apreciar con el cabello recogido, con un peinado ya muy adecuado para estar en la iglesia. En esa iglesia católica de Tlaxcala, dentro de un edificio dedicado al culto de una religión que, según cuentan los cronistas, ella llegó a apreciar realmente como tal, como la única y la mejor para ella, de modo que debió considerar este tipo de edificios y pinturas como parte simbólica de un templo consagrado al "rito" y la "lógica" la religión cristiana de la España conquistadora, más medieval que renacentista, aunque ya más capitalista que puritana, pues se dice que Doña Marina presumía de ser mujer cristiana y de tener un hijo de su amo y señor Cortés, y de estar casada en legítimo matrimonio con un caballero como lo era su marido y compañero conquistador, Juan Camarillo.

Es también notorio que esta puesta en escena pictórica de Ahuahuaztepec la presenta siempre como una conquistadora, como una mujer "española" que peleó en la guerra con que Cortés derrotó al México de Moctezuma; pero también, por necesidad, la presenta de modo anómalo, en definitiva condición de pecado, como esposa simbólica de don Hernán, el Malinche. Pues esta imagen los representa realizando un contrato, un acuerdo simbólico, de hecho: el fin de la conquista. Así lo confirman el carcaj que ella porta en la espalda, lleno de flechas indígenas, y el arco que se encuentra a sus pies, lejos ya de sus manos de amazona. "Convertida" toda ella en señora nada menos que de Hernán Cortés, El Conquistador por excelencia y sin disputa.

Mientras que en este mismo cuadro del siglo XVII se puede ver que Cortés porta una vara o bastón de mando a la usanza indígena, lo que lo "convierte", al menos simbólicamente, en un legítimo gobernante para la mirada tlaxcalteca. Y tiene a los pies su sombrero de esposo español, que en el templo descubre su cabeza digna y honrada, tal como manda Dios. Algo en realidad herético, anticatólico, retorcido en serio, pues esta imagen contractual legítima el concubinato adúltero de Marina con el señor español, algo que en la realidad histórica nunca bendijo la iglesia única y dogmática de San Pedro y el papa.

De modo que este cuadro es en realidad un símbolo. Al principio parece representar el equilibrio entre los contrarios y diferentes: la india y el español, la mujer y el varón, la salvaje y el civilizado y así sucesivamente hasta el yin y el yang y toda la dualidad posible. Pero tal equilibrio en realidad es imposible, de ahí la fuerza simbólica del desvío, del pecado, al estar allí presente dentro del templo dogmático. Cosas raras del inconsciente humano, diré yo. Una transformación irracional, el contrato entre Marina y Cortés, la cosa, quizá, entera, de La Malinche, puro desvío puro, puro equívoco, pero que genera también comunicación, entendimiento, buenos acuerdos. Pero "comunicación" cierta, pues manifiesta, en definitiva, un acuerdo o convenio real entre sociedades ya entonces no tan diferentes y no únicamente un choque frontal a muerte entre solipsismos y "cosmovisiones" y los egoísmos de siempre. Que si así fuera todo, seguramente ya hace mucho tiempo que todo se hubiera acabado.

Poder ser cristiana y vestir a la usanza española. Por sus méritos. Sin depender de la sangre, ni de la herencia. Al realizar un acto de apoderamiento convertida en portavoz y parte de la mente colectiva con que Cortés torció en realidad las historias de todo mundo, nada más por aquello de la nariz de Cleopatra y las cosas del tiempo y su reflexión en forma humana. Así nada más sea sobre cosas de trapos y vestimentas, sobre cosas de moda y de cubrir lo que no parece haber razón para cubrir, y mucho menos de la manera que aquí he tratado de pensar con ustedes.

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